La Bruja Rubia
La bruja rubia volaba loca sobre las casitas apiñadas, sobre los gatos enamorados y sobre los atascos matutinos. La hechicera dorada reía ante el espejo cóncavo que nos hace enanitos y ante la catarata del río que nos nubla la realidad. La maga amarilla se sacaba, de su sombrero de pico, caramelos de argumentos, conejos o consejos de nata, así como algún ratón instruido en bibliotecas. La adivina trigueña no era sabia ni astuta, no tenía poderes ni maravillas, pero volaba libre y era la envidia de los demás.