La Bruja Rubia
La bruja rubia volaba loca
sobre las casitas apiñadas,
sobre los gatos enamorados
y sobre los atascos matutinos.
La hechicera dorada reía
ante el espejo cóncavo
que nos hace enanitos
y ante la catarata del río
que nos nubla la realidad.
La maga amarilla se sacaba,
de su sombrero de pico,
caramelos de argumentos,
conejos o consejos de nata,
así como algún ratón
instruido en bibliotecas.
La adivina trigueña
no era sabia ni astuta,
no tenía poderes ni maravillas,
pero volaba libre
y era la envidia de los demás.

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